Desde los últimos 2.5 años que he estado en Princeton, he aprendido cómo moverme por el campus en maneras diferentes. Cada año, con un horario de clases nuevas, intereses nuevos, amigos nuevos y hábitos nuevos, he encontrado diferentes ritmos de vida aquí.
Cuando era estudiante de primer año, tímida y no familiarizada con el campus de Princeton, aventuré, exploré y descubrí nuevos espacios con un deseo urgente de conocer cada pulgada de la Universidad. Fui de biblioteca a biblioteca, cargando libros pesados y cuadernos, para encontrar sitios donde me sentía más cómoda – rincones y esquinas donde podría instalarme y devorar libros, escribir ensayos y estudiar vocabulario en español. Cuando quise soledad, pasé tiempo afuera, explorando los caminos alrededor del Lago Carnegie y pasando horas leyendo y trabajando afuera en el Campo Poe y en los Jardines de Prospect. En algún lugar entre los interminables autobuses, trenes y aviones que tomé para llegar a casa durante las vacaciones, descubrí que en Princeton, también, me sentía como si estuviera en casa.
Ahora, varios semestres después, el ritmo de mi vida ha cambiado. Princeton sigue siendo mi hogar, pero la vida, por supuesto, ha cambiado.
A medida que crezco y mi ritmo en el campus cambia, el campus sigue siendo lo mismo. Aunque se construyen edificios nuevos y los edificios viejos y más familiares parecen transformados y cambiados a través de renovaciones, el campus de Princeton es el alma de la Universidad. Muchos edificios han existido por siglos desde que Princeton fue trasplantada por primera vez de su sitio original en Elizabeth, Nueva Jersey, al pueblo de Princeton en 1756.
La historia de Princeton forma parte de su presente. Princeton no nos cuenta su historia; lo contiene en los pedazos del campus y la Universidad que han existido por generaciones, las vidas de los edificios que se han renovado para servir a la gente nueva que han contribuido a la evolución de la Universidad y su longevidad.
La historia de Princeton se esconde en las paredes de Nassau Hall, que ha existido a pesar de los múltiples incendios devastadores y que ahora lleva placas de clases de graduados desde los fines de la década de 1870; se esconde en los edificios nuevos, que sirven nuevos propósitos y funciones – en East Pyne y Chancellor Green (que una vez fue el hogar de la única biblioteca de la Universidad, un centro de estudiantes y un bar), o en el edificio Julis Romo Rabinowitz (el Viejo Laboratorio de Química Frick, un edificio que, cuando llegué al campus, estaba en las primeras etapas de renovación para convertirse en un nuevo sitio para el Departamento de Economía y el Edificio Internacional de Louis A. Simpson). La historia se esconde en las esquinas de las aulas, donde quizás John Foster Dulles, de la clase del 1908 y el Secretario de Estado de los Estados Unidos desde 1953 a 1959, estudió diplomacia. O tal vez donde Albert Einstein dio clases sobre la teoría de la relatividad. Estudiantes de hoy en día comparten nuestro campus con los legados y las historias de los que han estado antes que nosotros, formando parte de la historia de Princeton.
Como estudiantes de Princeton, tenemos el privilegio de movernos por los mismos espacios, encarnar los mismos valores intelectuales y compartir el mismo espíritu de Princeton que las generaciones de graduados antes que nosotros: autores, artistas, recipientes del Premio Nobel, jueces de la Corte Suprema e incluso presidentes de los Estados Unidos. Como estudiantes aquí, estamos con el tiempo contado. Cuatro años no comparan con la larga historia de Princeton; los edificios han estado aquí años antes que nosotros y estarán aquí años después que nos marchemos, acumulando nuevas historias.
Sin embargo, como dice uno de mis placas favoritas en el Arco 1879: “Princeton es parte suya. Usted es parte de Princeton.”
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